De Miami a Guatemala: el viaje de niños separados de familiares por las deportaciones
Andy tiene seis años. Ojos serios, oscuros. Viste vaqueros, sudadera y zapatillas negras. Lleva una mochila y un crucifijo al cuello. En el aeropuerto de Miami, camina de la mano de una adolescente a la que no conoce, rumbo a un país que tampoco conoce: Guatemala.
Junto a otros seis niños, está a punto de abandonar Estados Unidos para instalarse con su familia en el país centroamericano. Tienen entre tres y 15 años y sus vidas acaban de dar un vuelco por la política de deportaciones masivas del gobierno de Donald Trump.
Tres de ellos son estadounidenses, los demás guatemaltecos, pero todos crecieron en Florida.
Para Andy y la mayoría de los protagonistas de esta historia, el vuelco llegó tras un simple control de tráfico.
Hasta noviembre, el chico -nacido en Florida y por tanto estadounidense- vivía con su padre, Adiner, en Lake Worth, en el sureste del estado. No tenía contacto con su madre desde hacía años.
Un día, Adiner acababa de recoger a Andy en la escuela cuando un policía le hizo detener el auto. Al comprobar que no tenía visado ni residencia legal, el agente arrestó al guatemalteco de 28 años.
- Sin sonrisas –
Los niños acaban de llegar a la terminal. Mariana Blanco, directora de operaciones del Centro Guatemalteco-Maya, comprueba que tienen una muda de ropa y algo para comer en la mochila.
La asociación de Lake Worth reunió a unos 20 menores con sus familiares en Guatemala en los últimos meses, desde que la ola de arrestos de indocumentados los dejó sin uno o ninguno de sus padres.
Ayudó a las familias con trámites, con el cuidado de los niños -en su mayoría estadounidenses- y pagó sus billetes de avión.
Dos voluntarios, Diego Serrato y Luisa Gutiérrez, van a volar con los menores.
"Hay racismo del gobierno, pasan por encima de los derechos de los niños", lamenta Serrato. "Es triste ver sus caritas con incertidumbre, con miedo, en lugar de sonrisas".
A su lado esperan Franklin, de tres años, y su hermano Garibaldi, de seis, los otros dos estadounidenses del grupo.
El más pequeño -sudadera de Spiderman y mochila de dinosaurios- mira alrededor con ojos tristes y soñolientos, y Gutiérrez lo toma en brazos para consolarlo.
Franklin y Garibaldi van a reunirse con su papá, expulsado de Florida hace apenas unas semanas. La madre, que trabaja de sol a sol en un vivero, no puede encargarse de los niños y teme ser arrestada. Por eso decidió enviarlos con su pareja.
Andy también se va a reencontrar con su padre. Está algo nervioso, dice Osvaldo, pero también feliz. Tras pasar unos días en un centro de internamiento, Adiner fue deportado del país donde residió por más de una década.
- Otro mundo –
Quien lleva a Andy de la mano es Areimy, de 15 años. Vivía sola con su padre hasta que lo apresaron y mandaron a Guatemala. Ahí se encontrará con él y con su mamá, a la que no ve desde hace seis años.
Los demás sufrieron situaciones similares. Están Alexis, de 11 años, que vivía solo con su padre y debió quedarse con una tía desconocida tras su expulsión. Ahora lleva al cuello un mono de peluche que ella le regaló.
También Enrique, de 13, quien verá a su madre por primera vez en ocho años después de que su padre fuera detenido y enviado a Luisiana. Y Mariela, de 11, quien vivirá con su mamá porque su papá teme ser arrestado y decidió enviarla a Guatemala.
"Nadie debería pasar por esto, mucho menos un niño. Es un momento triste, cruel", dice Blanco.
Para los niños, de origen maya, la vida será muy distinta en Guatemala. Sus familias son de áreas muy rurales donde no siempre tienen acceso a agua, electricidad y aún menos internet.
Los mayores tendrán que trabajar probablemente porque la secundaria y el bachillerato en Guatemala implican gastos que sus padres no pueden cubrir, añade Blanco.
Todos se dirigen al control de seguridad. Antes de marcharse, Andy suelta la mano de Areimy y corre hacia su tío. Le da un largo abrazo. Vuelve con su compañera y sigue a los demás sin mirar atrás.
F.Vit--TPP